11/28/2005

EL FANTASMA DE BLANDINGS 3


EL FANTASMA DE BLANDINGS

Tercera entrega de la novela de Pseudo Wodehouse que viene confeccionándose en esta página para aliviar las ansias de lectura de los seguidores de Pelham Greenville Wodehouse.

Cuantos han pasado por la experiencia vital de viajar con Lord Emsworth coinciden en que es el perfecto compañero, si se exceptúan algunos ruidos guturales y una especie de ceceo en el aliento.

En aquella ocasión fue fiel a sus normas, cumplió con el rito de dedicar un par de “¿eh?” y no menos de tres “¿oh?” en deferencia al paisaje, y suspendió la mayor parte de sus funciones vitales. Lord Ickenham y su sobrino Pongo quedaron a solas en el departamento en compañía de un lord fuera de servicio. Fue Pongo el primero en hablar, emocionado:

-¿Crees que con esta perilla y las gafas gordas no me reconocerá Lady Constance? Verás como Beach, el mayordomo, me anuncia: “Y míster Pongo, del Drones Club”.

-Beach te presentará como debe: desde el episodio de la carabina de aire comprimido, que se usó para acertar a Baxter (ese íncubo de los administradores), cuatro veces en las posaderas, ha establecido con Emsworth una especie de hermandad, con el lema de “Honni soit qui mal y pense”. Además, Connie comparte un pavoroso secreto con lord Emsworth y conmigo. Si ves que inicia algún movimiento ofensivo, susúrrale “miss Mapleton y Baxter”. Repítelo para afianzarlo en alguna neurona.

-”Mis Mapleton y Baxter”. ¿Qué significa?

-Es un misterioso conocimiento secreto, no apto para los jóvenes. Encanecerías. Sólo tienes que saber que con él echarás del ring a Connie y te aceptará como el doctor Sigmund Freud, de Viena.

-¿Hay riesgo de que el verdadero doctor se añada a la reunión?

-Infinitesimal y, si dudas, piensa en tu asignación y sigue la norma de tu anciano tío: el secreto de la longevidad reside en el embrollo. Así que explícame qué sabes del noviazgo de Beryl con ese columnista de Tilbury.

-Es una larga historia, tío Fred.

-Es un largo camino.

-Había un hombre.

-Perfecto. Interés humano.

-Se llamaba Rowbotham. Y vivió en la estela que dejó la Revolución Fracesa. Admiraba en secreto aquello de las cabezas sueltas y los ríos de sangre arrastrando hasta el Sena incluso a caballos de tiro.

-¿Puedes saltarte un siglo, Pongo? Por aliviar.

-El viejo Rowbotham no era tan antiguo. Su proximidad a la estela de la revolución era espiritual. Desde Londres soñaba en el día en que viera rodar cabezas coronadas y olas de sangre por Piccadilly Circus. Ese hombre tuvo dos hijos. Hijo A e Hijo B. El primero fue instruido en el amor a la causa y halló nuevos bríos en la Revolución Rusa: aquello sí que fue sangriento. Pero el Hijo B, ¿me sigues?, resultó realista; salvó el patrimonio familiar y lo acrecentó. Era refractario a la revolución que amenazaba dejarle sin hacienda, y bien pronto los hermanos se enfrentaron.

-¿Y el columnista, muchacho? Aligera.

-Una parte de la familia siguió leal a los ritos de sangre y a la idea de sacrificar empresarios a Baal. El Hijo A, por así decir, tuvo una niña que se llamó Charlotte Corday Rowbotham, en memoria de la heroína que asesión a Marat o a Dantón, no sé bien. Uno en una bañera. La bautizó con placer sólo por ver la cara del clérigo. El Hijo B, no, desde luego, porque tenía alma de capitalista y contaba los chelines al amparo de la noche. Por esa alma tuvo que cumplir el precepto testamentario de su padre y, cuando engendró a un nuevo Rowbotham, lo denominó Robespierre. Y ese es Rob, el columnista; que es un periodista admirable, medio poeta. Si ama, ama fuerte. Hasta los huesos.

-Beryl debe ser de esas chicas quietas que rumian palabras como las vacas pasto. De las que creen que sus ojos dan luz. Dice Emsworth que vaga. Vaga por las estancias y es posible que lo haga murmurando algún verso de Robespierre.

-Es posible, sí. Es una muchacha pacífica.

-¿Y cómo sabes tanta historia, Pongo? ¿Es un don?

-Por Bingo. Bingo Little. Te lo presenté en los Zánganos hace algún tiempo. Es muy bromista. Una vez le quitó las anillas de una piscina a Bertie y...

-¿Aquel que cantaba “Feliz Primavera, señores, pero no es mía” mientras tiraba las pastas del te a Oofy?

-El mismo. Verás: Bingo tiene un tío. Como todos en esta vida. Bingo llevaba una profunda vida inconsciente con cargo a él, hoy Lord Littlesham, propietario de “Brisa del Océano”, que ganó en Goodwood no hace tanto. Bingo se acababa de desanamorar de una camarera de salón de te e iniciaba relaciones con Charlotte Corday Rowbotham, de modo que, tras una gran barba negra, se había unido a la cuadrilla de “Los Heraldos del Amanecer Rojo”, liderados por el papá de la muchacha el Hijo A. Bingo lanzaba soflamas en el “Park”, del lado de Marble Arch, subido a una caja de jabón. Así se labraba un prestigio entre los Heraldos y conquistaba la benevolencia de Charlotte Corday, la prima de Rob. Amparado por la pilosidad llegó a llamar a su tío chupador de sangre y glotón y, como el tío estaba presente, sugirió que si le abrieran la panza las masas encontrarían almuerzo suficiente para diez familias obreras durante una semana.

-Hay jóvenes que no respetan a sus tíos como es debido. Lo sé bien porque fui uno de ellos. ¿Pero viste eso con tus propios ojos?

-Casi. Me lo contó Bertie Wooster, y ya sabes que carece de imaginación; de modo que será verdad. Verás: Bertie, a petición de Bingo, tuvo que fingir ser “Rosie M. Banks”, la famosa escritora que era la lectura favorita del viejo Little. No hacía más que leer “Clubman” o “Juntos en el Cielo” y rellenarse con dulces y estofados. Bingo, por entonces, se había enamorado de una camarera de un salón de te y necesitaba transformar la actitud de su antepasado hacia los matrimonios desiguales, entre distintas clases sociales. Bertie, actuando como Rosie M. Banks, alteraría su concepción del mundo de tal manera que, cuando le dijera su intención de casarse con la camarera el viejo le palmeara el hombro: Buen chico, Bingo, y todo eso.

-Para el carro, que ordene los nombres: Bertie, Bingo, Rowbotham de toda especie, el Park, la caja de Jabón, “Rosie M. Banks", el noble caballo Brisa del Océano... Casi parece que lo haya imaginado yo. ¿Consintió el viejo Littlesham en la boda con la muchacha del salón de te?

-Bertie Wooster, en su papel de novelista, hizo un gran efecto sobre su ánimo. Tanto que se casó con la cocinera para seguir entregándose a la comida que no le diera ardores y para ahorrarse un sueldo. Pero para entonces Bingo ya no pensaba en camareras y andaba tras las faldas de Charlotte Corday, la prima de Rob. Al final Bingo se casó con Rosie M. Banks. Quiero decir no con Bertie sino con la verdadera. Lo que, deshecho el malentendido, agradó a Lord Littlesham, que le devolvió la paga mientras retiraba el saludo a Bertie, por impostor.

-Asegúrate de que eso es todo. Sois gentes muy bulliciosas.

-No hay nada más, salvo que Rob, como secretario de Lord Tilbury, está ahora en Blandings, dorándole la píldora al americano y cortejando a Beryl en secreto. Si le descubrieran saldría de Blandings perseguido por los sabuesos y con Lady Constance detrás gritando “Tally Hoo”.

-¿Eh? -dijo Lord Emsworth, recuperando su utilidad.- ¿Ya estamos en Blandings? Me ha parecido oirlo.

En efecto: llegaban a la estación de Blandings Market, donde aguardaba Voules con el coche de Su Señoría y su gorra de plato.

* * * * *

(Párrafos Rechazados. Equivalentes a las conocidas “Tomas Falsas” Este iba a ser el principio del capítulo que acaba de leer.)

Lord Emsworth era temido en la familia por sus excéntricos telegramas. Como tantos otros, suponía a los demás enterados de sus recónditos pensamientos y sólo escribía una discreta parte de ellos como resumen mnemotécnico.

Lady Constance Keeble, la castellana de Blandings, solía enfrentarse a ellos con impaciencia. El último era de los más descabellados: “12.20. Con arreglo fantasmas Ickenham y desde Viena”.

Se lo mostró a Beryl: quizá una mente más fresca y nueva desentrañara el misterio. La joven llevaba unos días, desde la llegada de los invitados, como floreciendo en mitad de la primavera. Gorjeaba y no vagaba. Los aires de Blandings -pensaba lady Constance- propician el olvido, como siempre.

-Dice que llega a las doce y veinte. Tradujo Beryl

-Eso es evidente, querida. ¿Pero y lo de “arreglo fantasmas Ickenham y desde Viena”?

-Es que trae gente.

Lady Constance recordó a Lord Ickenham y sintió una punzada. Si estaba mezclado aquel lord chiflado, el telegrama cobraba sentido: debía prepararse para abortar cualquier plan descabellado al que hubiera inducido a su pobre hermano. Un plan seguramente relacionado con Dunstable, Tilbury y la cerda, si no alcanzaba también a Mr. Robenstone, el americano buscador de fantasmas. Pensándolo mejor, antes de partir a la Apertura de la Cámara, Clarence había manifestado su incomodidad por el gentío acogido en el castillo.

(Estos párrafos han sido eliminados de “El Fantasma de Blandings.)