11/21/2005

EL FANTASMA DE BLANDINGS


EL FANTASMA DE BLANDINGS es una auténtica y original novela de Pseudo Wodehouse. Se trata de aliviar al aficionado que no encuentra más que libros cuyos derechos de autor se han caducado. Muy buenos libros de P.G. Wodehouse, pero aquel talentazo ha emigrado a otros mundos y no parece que tenga ganas de escribir más, por el momento.

Se salvan las dificultades pero se advierte que el autor de esta novela, que va a ser escrita ante sus ojos asombrados, es sólo un aficionado que, al no hallar más libros del genial Wodehouse, se los escribe para uso doméstico y para vivir en la permanente compañía de Lord Emsworth, de su hijo Freddie, de la Emperatriz, de Dunstable, de Bertie, de Jeeves, de Lord Tilbury, y de todas las imposturas que se suceden en el Castillo de Blandings. ¡Aquel Baxter! ¡Aquella Lavender! ¡El pillo de Lord Tílbury, conocido como "maloliente" por el singular Galahad! Qué tiempos ésos que nunca pasan.

Primera entrega:

Con un rápido giro hacia el sur, el sol inundó Convent Garden y cayó de lleno sobre la esbelta figura de Frederick Altamond Cornwallis Twistleton, quinto conde de Ickenham, que rondaba por los alrededores seguido por su sobrino Pongo, del que es posible obtener informes en el Drones Club, si se pregunta por Oofy Prooser.

En otros tiempos, tío y sobrino corrieron a velocidad de crucero emocionantes aventuras, aprovechando los rayos de luz que en Londres estimulan la fantasía de los condes. Como cuando se hicieron pasar por pedicuros de loros y arreglaron una familia en descomposición.

Pero volvamos al principio: Un Par del Reino, aunque sólo cuente con el espacio imprescindible para encajarse la corona, sabe por tradición que en Covent Garden residen "Brothers Moss & Co.", muy capaces de equipar a un regimiento para representar La Carga de la Brigada Ligera. Sin estos benéficos hermanos se tendría que suspender la colorida Apertura de la Cámara.

Al día siguiente, dóciles manadas de lores acuden a las instalaciones de los Moss con una discreta maleta donde la corona y el manto soñaban en el pasado esplendor parlamentario.

De ahí que el sol hubiera derivado hacia el sur para dar sobre el conde de Ickenham cuando acababa de devolver el equipo de Par a uno de los innumerables hermanos Moss, que también traficaban en bigotes, pelucas, armaduras isabelinas y cascos de Dragones. Con penacho.

Según el parecer del curioso sol, aquella era una pareja feliz y familiar, pero con dos opiniones que divergían si les quitaba el ojo de encima. Pongo se mantenía estático, como pensando en los bancos para sentarse en ellos, mientras que tío Fred deseaba recorrer los lugares del Londres de su juventud, antes de irse a América y aprender los gritos de los porquerizos para abrir el apetito a los cerdos delicados de tripa.

-Por una multa de un chelín, Pongo, podías arrebatarle el casco a un guardia, cuando ahora no escapas por menos de cinco macarias.

Pongo se retorcía. Interiormente, por supuesto: es el trabajo de todo sobrino que vive de la subvención de un conde. Pero recordaba que, con una charla intrascendente como aquella, su tío le había llevado a disfrazarse de alguien llamado Basil y a cortarle las uñas a un pobre loro de los suburbios. No compartía el espíritu de "instruir deleitando", hereditario en la casa de los Ickenham.

-Por menos de eso -dijo, señalando cómo pasa el tiempo- comes en la basserie del Ritz.

-Pero sin emoción, a no ser que te faciliten un guardia a los postres. Terminas el coñac, te dices "vamos allá" y pronto hay un bobby sin caparazón.

-Y un conde ante el juez.

-Hay condes que sí y condes que no. Depende del reuma en gran medida. Creo que sólo atrapan a los que viven en el mar o cerca del Támesis. La cosa de la humedad les perjudica.

* * * * *

INICIO DESECHADO DE “EL FANTASMA DE BLANDINGS.
Equivalente a las “Tomas Falsas”

Tan pronto como el sol dió con el Shropshire, y lo alumbró, se pusieron en en marcha dispares mecanismos.

George Cyril Wellbeloved, porquerizo en Blandings y partidario de degollar a sus señores, llevó el desayuno a la Emperatriz: contemplándola ingerir y hocicar, creyó descubrir a Dios. Tenía un ojo bizco y la nariz quebrada, fruto de sus ideas políticas expresadas en
Gose&Gander, la taberna que servía de parlamento montaraz a los vecinos de Market Blandings. Su cliente principal era la Emperatriz de Blandings, medalla de plata durante tres años consecutivos en la categoría “Cerdos Gordos” de la Exposición Agrícola de Shropshire. La cerda, sólo espiritual tras el almuerzo, hozaba con un entusiasmo que elevaba la ligera alma de Wellbeloved, sumiéndolo en la contemplación. Jamás tanta resaca subió más arriba.

Algo después, la luz del mismo sol lo pensó dos veces antes de iluminar a Lady Constance Keeble, hermana de Lord Emsworth y castellana suprema de Blandings. Era su voluntad la que hacía crecer a las rosas y palidecer a los nabos. Era su voluntad la que mantenía a Beach, el mayordomo, con aspecto de obispo y dócil como un cordero. Era su voluntad la que exigía del sol un horario civilizado.

Lady Constance avanzaba hacia la sede de la Emperatriz, dejando atrás remolinos de brisa. Una hija de cien condes también mantiene a las brisas sometidas al viejo espíritu feudal:

-Bellveloved. -imperó- Llévese la cerda. Hoy llega un americano, mister Robenston, un famoso escritor que no comprenderá la fijación de Lord Emsworth por la crianza del cerdo.

-Como los rayos, Madam... ...

RECHAZADO EN LA PRIMERA INSPECCIÓN.